¡LÁZARO, VEN AFUERA!
¿QUIÉNES SON LOS MUERTOS?
El evangelio de la resurrección de Lázaro, texto tradicional en los formularios litúrgicos de Cuaresma, sirve de punto de referencia para analizar los sectores muertos que existen en la vivencia de la fe y en la práctica religiosa de los cristianos. Hay muchos puntos cerrados al Espíritu en la vida creyente, hay muchas desesperanzas en el testimonio de los bautizados, hay muchos brotes mortecinos de egoísmo comparables a la frialdad sepulcral.
Cristo sabía que su amigo Lázaro estaba gravemente enfermo, pero que esta enfermedad no acabaría en la muerte, sino que serviría para gloria de Dios. No deja de sorprender el contraste existente entre nuestra manera de pensar y la de Cristo, entre nuestro vocabulario y el suyo. Llamamos muerte a la enfermedad, al dolor, a la pobreza, a todo aquello que conduce a la muerte física. Sin embargo Cristo la llama «sueño»; por eso va a despertar a su amigo.
Hoy somos invitados a reflexionar sobre la muerte verdadera, de la que nos habla claramente San Pablo. Se trata de la muerte fruto del pecado, muerte de la que Cristo no nos puede resucitar sin nuestra propia voluntad. Hay muchos vivientes que andan como muertos, porque les falta el Espíritu que da la verdadera vida. Hay muchos que soportan enfermedades irreversibles, que aceptan la cruz del desprendimiento total, la muerte física, sabiendo desde la fe que es camino de resurrección y de vida eterna. Jesús llegó tarde.
Lázaro llevaba ya cuatro días en el sepulcro. Alguno de sus discípulos pensó que lo único que podía hacer el Maestro era dar a sus hermanas un conmovido pésame. Por eso no se extrañó de que el amor hacia el amigo muerto provocase sollozos y llanto. Jesús no era un hombre impasible; la fe no hace perder al cristiano la auténtica sensibilidad. Junto a la tumba del amigo fallecido suenan solemnes las palabras de Jesús: «quitad la losa», es decir, quitad lo que separa, lo que aísla. E inmediatamente pronuncia la acción de gracias al Padre.
¡Qué gran ejemplo el de Cristo: dar gracias al comienzo sin esperar al final! Todos debemos escuchar el grito de Jesús que nos manda salir fuera del sepulcro y nos llama a superar la rigidez, el inmovilismo, la frialdad, las ligaduras terrenas y la esclavitud del pecado para vivir como resucitados.
(artículo de Andrés Pardo en “Hoja Dominical” del Arzobispado de Madrid)
LA PALABRA DE DIOS
EZEQUIEL (37, 12-14)
Así dice el Señor: «Yo mismo abriré vuestros sepulcros, y os haré salir de vuestros sepulcros, pueblo mío, y os traeré a la tierra de Israel. Y, cuando abra vuestros sepulcros y os saque de vuestros sepulcros, pueblo mío, sabréis que soy el Señor.
Os infundiré mi espíritu, y viviréis; os colocaré en vuestra tierra y sabréis que yo, el Señor, lo digo y lo hago.» Oráculo del Señor.
SALMO 119
R/. Del Señor viene la misericordia,la redención copiosa
Desde lo hondo a ti grito, Señor; Señor, escucha mi voz, estén tus oídos atentos a la voz de mi súplica. R/.
Si llevas cuentas de los delitos, Señor, ¿quién podrá resistir? Pero de ti procede el perdón, y así infundes respeto. R/.
Mi alma espera en el Señor, espera en su palabra; mi alma aguarda al Señor, más que el centinela la aurora. Aguarde Israel al Señor, como el centinela la aurora. R/.
Porque del Señor viene la misericordia, la redención copiosa; y él redimirá a Israel de todos sus delitos. R/.
ROMANOS (8, 8-11)
Los que viven sujetos a la carne no pueden agradar a Dios. Pero vosotros no estáis sujetos a la carne, sino al espíritu, ya que el Espíritu de Dios habita en vosotros. El que no tiene el Espíritu de Cristo no es de Cristo. Pues bien, si Cristo está en vosotros, el cuerpo está muerto por el pecado, pero el espíritu vive por la justificación obtenida. Si el Espíritu del que resucitó a Jesús de entre los muertos habita en vosotros, el que resucitó de entre los muertos a Cristo Jesús vivificará también vuestros cuerpos mortales, por el mismo Espíritu que habita en vosotros.
JUAN (11, 3-45)
En aquel tiempo, las hermanas de Lázaro mandaron recado a Jesús, diciendo: «Señor, tu amigo está enfermo.»
Jesús, al oírlo, dijo: «Esta enfermedad no acabará en la muerte, sino que servirá para la gloria de Dios, para que el Hijo de Dios sea glorificado por ella.» Jesús amaba a Marta, a su hermana y a Lázaro. Cuando se enteró de que estaba enfermo, se quedó todavía dos días en donde estaba. Sólo entonces dice a sus discípulos: «Vamos otra vez a Judea.»
Cuando Jesús llegó, Lázaro llevaba ya cuatro días enterrado. Cuando Marta se enteró de que llegaba Jesús, salió a su encuentro, mientras María se quedaba en casa. Y dijo Marta a Jesús: «Señor, si hubieras estado aquí no habría muerto mi hermano. Pero aún ahora sé que todo lo que pidas a Dios, Dios te lo concederá.»
Jesús le dijo: «Tu hermano resucitará.» Marta respondió: «Sé que resucitará en la resurrección del último día.» Jesús le dice: «Yo soy la resurrección y la vida: el que cree en mí, aunque haya muerto, vivirá; y el que está vivo y cree en mí, no morirá para siempre. ¿Crees esto?» Ella le contestó: «Sí, Señor: yo creo que tú eres el Mesías, el Hijo de Dios, el que tenía que venir al mundo.»
Jesús sollozó y, muy conmovido, preguntó: «¿Dónde lo habéis enterrado?» Le contestaron: «Señor, ven a verlo.»
Jesús se echó a llorar. Los judíos comentaban: «¡Cómo lo quería!» Pero algunos dijeron: «Y uno que le ha abierto los ojos a un ciego, ¿no podía haber impedido que muriera éste?» Jesús, sollozando de nuevo, llega al sepulcro. Era una cavidad cubierta con una losa. Dice Jesús: «Quitad la losa.» Marta, la hermana del muerto, le dice: «Señor, ya huele mal, porque lleva cuatro días.» Jesús le dice: «¿No te he dicho que si crees verás la gloria de Dios?» Entonces quitaron la losa.
Jesús, levantando los ojos a lo alto, dijo: «Padre, te doy gracias porque me has escuchado; yo sé que tú me escuchas siempre; pero lo digo por la gente que me rodea, para que crean que tú me has enviado.» Y dicho esto, gritó con voz potente: «Lázaro, ven afuera.»
El muerto salió, los pies y las manos atados con vendas, y la cara envuelta en un sudario. Jesús les dijo: «Desatadlo y dejadlo andar.» Y muchos judíos que habían venido a casa de María, al ver lo que había hecho Jesús, creyeron en él.
DE LA PALABRA A LA VIDA
¿Por qué dudo? Estás en las historias pequeñas.
Es difícil descubrirte, Dios vivo. No siempre es posible sentir tu presencia aquí y ahora. En las horas de tormentas pareces ausente. En las horas de gozo es fácil olvidarte. Y, sin embargo, estás. Estás, y no puedo dudarlo, cuando en los momentos sombríos de golpe rebrotan las fuerzas. Cuando en los espacios rotos alguien tiene coraje para seguir luchando. Cuando tras una caída no hay rendición, sino la voluntad firme de levantarse y seguir. Cuando tras una herida las palabras de reconciliación se imponen a las de reproche. Cuando el fracaso no nos derrota, sino que nos enseña. Estás, con tus manos heridas, pero vivas, sosteniendo, acompañando, ayudando…
¿Por qué dudo? Estás en la gente.
Me pasa como a los apóstoles. Es difícil ver en los seres humanos una señal de ti.
Pero sospecho que en parte eso es la fe. Descubrirte, vivo, en todos esos gestos que revelan la grandeza del ser humano. En todos esos detalles que me hacen descubrir que cada hombre y cada mujer es hijo tuyo, es (somos) destellos del Dios vivo.
Estás en los padres y madres preocupados por los suyos. Estás en hombres y mujeres capaces de hacer cosas por otros sin esperar nada a cambio. En los niños inocentes que se ríen por cosas simples. En las personas que arriesgan, sin saber lo que habrá tras sus opciones. En las personas que eligen aquello que les acerca al Evangelio. Estás, con tu humanidad transformada, inspirándonos el camino a seguir…
¿Por qué dudo? Estás dentro.
¿Cómo no reconocerte dentro de mí? A veces siento entusiasmo por un mensaje que parece de locos. Y ahí estás tú, apasionando. A veces creo con todo mi ser que la lógica de tu reino es la única lógica. Y ahí estás tu, iluminando. A veces no temo ni a las renuncias ni a los retos, porque prefiero mil tormentas tras tus pasos que una calma vacía. Y ahí estás tú, llamando.
A veces el amor que consiste en dar más que en recibir me parece el mayor tesoro. Y ahí estás tú, preparándome. Y cuando soy consciente de mi fragilidad y mi pecado, pero tu gracia se impone, tú estás perdonando. Y cuando descubro en mí la fuerza para construir tu Reino, ahí estás tú, pidiéndome algo.
Estás, resucitado, llamándome a vivir como testigo de tu Palabra en este mundo.
¡VOLVERÉ JUNTO A MI PADRE!
CELEBRACIÓN DEL PERDÓN
Nos acercamos a la fiesta de la Pascua de la Resurrección del Señor.
Al finalizar este tiempo de Cuaresma se nos ofrece la posibilidad de reconciliarnos, de recibir el inmenso tesoro del perdón de Dios.
En nuestra parroquia tendremos la celebración penitencial el próximo viernes 31 de marzo a las 19:00.
Acoge la misericordia del Señor en tu corazón acercándote al sacramento del perdón. É llenará de paz y de fortaleza tu corazón.
CHARLA CUARESMAL
El día 29 de maro a las 19:30, D. Isaac Parra, arcipreste de Parla, nos ayudará a conocer y valorar más la espiritualidad del Padre Pio de Pietrelcina, fraile capuchino y sacerdote católico italiano famoso por sus dones milagrosos y por los estigmas que presentaba en las manos, pies y costado. Nacido como Francesco Forgione le fue dado el nombre de Pío cuando ingresó en la Orden de los Hermanos Menores Capuchinos. Fue beatificado en 1999 y canonizado en 2002 por el papa Juan Pablo II.
Te esperamos en los locales de nuestra parroquia.
ORACIÓN CUARESMAL
Libra mis ojos de la muerte dales la luz que es su destino.
Yo, como el ciego del camino, pido un milagro para verte.
Haz de esta piedra de mis manos una herramienta constructiva;
cura su fiebre posesiva y ábrela al bien de mis hermanos.
Que yo comprenda, Señor mío, al que se queja y retrocede;
que el corazón no se me quede desentendidamente frío.
Guarda mi fe del enemigo (¡tantos me dicen que estás muerto…!)
Tú que conoces el desierto, dame tu mano y ven conmigo.